Desde tiempos
inmemoriales se ha considerado al hombre como un resumen del universo. El
receptáculo del alma y la conciencia de saberlo. Este aforismo a sido
representado en los templos antiguos como la llave capaz de abrir las puertas
del Palacio del Gran Rey (el corazón, centro del ser), porque todo lo que
existe en el universo como materia y energía se encuentra, en todos los grados,
en el hombre. Por esta razón llamamos al universo «macrocosmos» - gran mundo -,
y al hombre «microcosmos» - pequeño mundo -; y Dios es el nombre del Espíritu
sublime que ha creado el gran mundo y el pequeño mundo, el que los ha
vivificado y mantiene su existencia.
Para vivir y
desarrollarse, este microcosmos que es el hombre debe permanecer en contacto y
en unión permanente con el macrocosmos, la naturaleza; debe intercambiar
incesantemente con ella, y a estos intercambios les llamamos vida. La vida no
es otra cosa que los intercambios ininterrumpidos entre el hombre y la
naturaleza universal pues lo que ocurre arriba, también ocurre abajo. Si éstos
son obstaculizados, sobreviene la desunión con el Todo Viviente. Todo lo que
comemos, bebemos y respiramos, es la vida de Dios mismo expresado en la
naturaleza que conocemos. No hay nada en el cosmos que no sea vivificado y
animado por el Espíritu divino. Todo vive, todo respira, todo palpita y comulga
con esta gran corriente que brota de la fuente misma e inunda el universo,
desde las estrellas hasta la más diminuta partícula. San Pablo decía: «Vivimos
y nos movemos en Dios, tenemos nuestra existencia en El».
El intercambio es la
clave de la vida. La salud o la enfermedad, la belleza o la fealdad, la riqueza
o la pobreza, la inteligencia o la estupidez, etc..., dependen de la forma en
que el hombre realice estos intercambios. Todo es alimento, respiración,
intercambios sin fin. El Universo es generador de Conciencia (citando a
Jodorowski)
Para ser feliz y vivir
plenamente, el género humano debe aprender a realizar correctamente los
intercambios y, sobre todo, a abrir su corazón a la naturaleza, a sentir que
está ligado a ella, que forma parte de ella, que es la naturaleza misma y
viviente. Aquél que abre su corazón a esta corriente divina que atraviesa el
universo, realiza el intercambio perfecto, despertándose un nuevo intelecto en
él y un pensamiento más elevado, gracias al cual empieza a captar dimensionas
cada vez más sutiles. Si le preguntamos: «¿Sabe usted que Buda (por ejemplo) ha
dicho lo que usted dice?», No, lo desconoce,
pero no es necesario que lo sepa pero representa lo que sabe, ese conocimiento
sin palabras que tenemos en las células físicas y en los complejos espirituales
e invisibles en los cuales la conciencia se expande y penetra. Es preferible
unirse con la única fuente verdaderamente inagotable e inmortal: la naturaleza
que somos. De ahora en adelante, debemos aprender a extraer citas del gran
libro de la naturaleza universal, en el que todo está inscrito no con palabras,
si con sutiles formas como la conciencia en si misma, inagotable y luminosa.
Un gran Maestro, un
gran Iniciado es un ser que conoce la estructura de su ser y de la naturaleza y
así logra fusionar a ambas desde su conciencia, así como los intercambios que
debe realizar con ella mediante sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos.
Por esta causa, los orientales afirman que se aprende más permaneciendo cinco
minutos junto a un verdadero Maestro, que veinte años en la mejor universidad
del mundo. Al lado de un Maestro se aprende la ciencia de la vida, porque todo
gran Maestro lleva con él la verdadera vida. La gran noticia es que ese Gran
Maestro eres tú mismo, si decides serlo.
La gran diferencia
entre los estudios que se hacen en la Universidad y los de una Escuela
iniciática, es que en la Universidad se aprende todo lo que es externo a la
vida, y después de varios años de estudios no se ha producido cambio alguno,
manteniéndose las mismas debilidades y las mismas imperfecciones. Naturalmente,
quizá nos hayamos convertido en sabios distinguidos o intelectuales célebres;
quizá hayamos aprendido a manipular instrumentos, a hacer citas, a servirnos
del lenguaje, que de por si es bello, aunque las posibilidades de deformar la
mentalidad de los demás con el lenguaje también han aumentado. Por el contrario,
aquél que estudia la ciencia iniciática experimenta, después de cierto tiempo,
una profunda transformación en sí mismo: su discernimiento, su fuerza moral han
aumentado, siendo una bendición para los demás.
UNIFICANDO LA CIENCIA
Y LA CONCIENCIA
Es útil profundizar en
ciertas disciplinas, pues cada una de ellas nos revela un aspecto del universo
y de la vida, pero debido a la manera que se estudia actualmente, sólo se
profundiza en el lado inerte de las cosas dejando lo esencial de lado. Un día
nos daremos cuenta que hay que vivificar las ciencias, es decir, reencontrarlas
y unificarlas en todas las esferas de la existencia incluida la ciencia del
espíritu que sobrepasa la anatomía física conocida, al ser el soplo de la
inmensidad, el halito único del universo. Entonces, por ejemplo, las fórmulas
matemáticas, las formas y las propiedades geométricas hablarán otro lenguaje, y
descubriremos que nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos
están regidos por las mismas leyes que mueven las estrellas y los mundos en los
espacios y que, esencialmente, "somos polvo de estrellas". Esto es lo
que yo considero la verdadera ciencia. De momento conocemos demasiada
astronomía, demasiada anatomía, demasiadas matemáticas..., sin unir estas ciencias
entre sí, y sobre todo sin unirlas con el hombre, con su vida, con el medio
ambiente y su conciencia.
Os daré un ejemplo.
Conocemos las cuatro operaciones: suma, resta, multiplicación, y división. Pero
en realidad no las conocemos en tanto no sepamos que la suma en nosotros es el
corazón. Sí, el corazón sólo sabe sumar, siempre añade y, a menudo, lo mezcla
todo y cuando da no divide ni resta. El que resta es el intelecto, el ego que
vive siempre en la carencia y por tanto solo conoce la división y la resta.
para el todo es menos y nada es más. al ego todo le falta pues no posee ojos
para ver la abundancia, abundancia de vida, de pensamiento, de dicha y de
alegría, emociones que liberan la mente y sanan el cuerpo. En cuanto a la
multiplicación, es la actividad del alma, una condición natural del espíritu.
Considerad al hombre a lo largo de toda su existencia. Cuando es muy pequeño lo
toca todo, lo toma y se lo lleva a su boca. La infancia es la edad del corazón,
de la primera operación, la suma. Pero no aprendemos la lección y ya grandes
entramos de lleno a la resta y a la división, por tanto, todo lo que aspiramos
ser en la vida lo hacemos desde la carencia, elegimos tal o cual carrera solo
por los beneficios que nos puede traer. son muy pocos quienes eligen desde la
suma y la multiplicación. Recuerdo la parábola de los talentos. ¿Se han fijado
que juzgamos más desde la resta y la división? la suma y la multiplicación
escapa de juicio alguno y solo aceptamos, tal vez sea nuestra condición
natural.
Lo que es bueno
debemos plantarlo para multiplicarlo. Aquél que no sabe plantar los
pensamientos y sentimientos, no conoce la verdadera multiplicación. Mientras
que aquél que sabe plantar, pronto ve como florece la cosecha, y a continuación
puede multiplicar para distribuir los frutos recolectados. En la vida nos
enfrentamos continuamente con las cuatro operaciones. Algo se debate en nuestro
corazón de que no es sabio ni tiene una posición elevada. A veces multiplicamos
lo que es malo y desperdiciamos lo que es bueno. Así pues, debemos comenzar por
estudiar las cuatro operaciones dentro de la misma vida. Después podremos
abordar las potencias, las raíces cuadradas, los logaritmos...
Todo lo que vemos a
nuestro alrededor, todo lo que necesitamos para vivir, todo lo que hacemos
tiene un sentido muy profundo. Incluso nuestros gestos cotidianos contienen
grandes secretos, pero hay que saber descifrarlos. El Maestro Peter Deunov
decía: «La naturaleza entretiene a los hombres vulgares, enseña a los
discípulos, y sólo desvela sus secretos a los sabios». En la naturaleza todo
tiene una forma, un contenido y un sentido. La forma es para la gente común, el
contenido para los discípulos y el sentido profundo para los sabios, para los
Iniciados.
La naturaleza es el
gran libro que hay que aprender a leer. Es la gran reserva cósmica con la que
tenemos que estar en comunicación. ¿Cómo establecer esta conexión? Es muy
simple: se trata del secreto del amor. Si amamos la naturaleza, no para nuestro
placer o distracción, sino porque ella es la gran manifestación del universo en
cuanto a la perfección de sus formas vivientes, brota en nuestro interior un
manantial que limpia todas nuestras impurezas, liberando los canales que están
obstruidos y provocando un cambio, gracias al cual a1canzaremos la comprensión,
el conocimiento. Cuando viene el amor, los seres y las cosas se abren como
flores. Por eso, si amamos la naturaleza, ella hablará en nosotros, porque
también nosotros formamos parte de ella.
Jakob Boehme, un gran
místico alemán, era zapatero... Sin duda había merecido este privilegio en una
encarnación anterior, pero un día fue iluminado súbitamente por una luz tan
potente que le pareció insoportable: todos los objetos a su alrededor se habían
vuelto luminosos.
Enloquecido, abandonó
su casa y huyó al campo, pero en plena naturaleza fue todavía peor porque las
piedras, los árboles, las flores, la hierba, todo era luz y ¡él hablaba a
través de esta luz!... Muchos clarividentes y místicos han pasado por la misma
experiencia y saben que en la naturaleza todo está vivo y lleno de luz.
A medida que cambian
nuestras ideas sobre la naturaleza, modificamos nuestro destino. Si pensamos
que la naturaleza es solo acción mecánica e inerte, disminuye la vida en
nosotros; si pensamos que está viva, todo lo que contiene, piedras, plantas,
animales, estrellas..., vivifica nuestro ser y aumenta la fuerza de nuestro
espíritu.
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